Lecciones del monasterio

Experiencias de un retiro imprevistamente prolongado

Davinia Lacht

Un año, un mes y seis días fue el tiempo que pasé en una comunidad de esencia monástica, en Taizé. Me atrevería a decir que nunca tomé la decisión de quedarme allí por tanto tiempo, sino que la decisión me tomó a mí: fui a pasar una semana de retiro, y la belleza, la inspiración y el amor fueron tan profundos y sinceros que no pude evitar extender, extender y extender un poco más mi estancia, dejando atrás trabajo y la vida tal y como la había concebido hasta entonces:

La vida ha dado un giro para mostrar su lado más bello y evidenciar la invitación a la oración constante que antes no escuchaba. La oración no solo en el silencio, sino también en la acción. (Extracto de la lección 16, “Lecciones del monasterio”)

Los cambios fueron tan inevitables como sorprendentes. Estar en el monasterio me daba el espacio interior necesario para dejar atrás todas las preocupaciones del día a día y centrarme en ser, sin complementos que añadir al verbo. Pude descartar emociones viejas y curtidas y dejar que emergiera un vacío que era satisfacción, dicha y una comprensión cada vez mayor de ese camino de amor que todos estamos destinados a seguir:

Estas palabras nacen con el mayor anhelo que a día de hoy podría concebir: que vivamos unidos, en paz, aceptándonos los unos a los otros y en esa alegría que nunca abandona. (Extracto de la introducción de “Lecciones del monasterio”)

El viaje fue de fuera hacia dentro. Al principio, lo que más repercusión tuvo fue verme desprendida de todas aquellas necesidades que existían en mi vida fuera del monasterio, como cierto tipo de alimentación, de horarios, de espacios y libertades. Allí no podía satisfacerlas y, sin embargo, me sentía plena. ¿De verdad eran tan necesarias esas necesidades?:

Tal vez esa sencillez de vida nos acerque a la grandiosidad y la belleza del tesoro interior. ¿Por qué pasarnos la vida esforzándonos por aquello de lo que nuestra felicidad no depende? (Extracto de la lección 1, “Lecciones del monasterio”)

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Esos meses también me hicieron cuestionar qué sentido tenían las prisas en las que vivimos atrapados, incluso cuando la finalidad es relajarnos:

En ese momento caí en la cuenta: pero ¿qué hago corriendo tanto? ¿Qué lógica tiene correr tanto si el sentido de la oración es justo el opuesto: sentarse en la quietud de un instante atemporal? ¿Cómo ser en este momento esclava del tiempo con el fin de llegar a la oración a liberarme del tiempo? (Extracto de la lección 5, “Lecciones del monasterio”)

La idea de vivir en una comunidad monástica evoca silencio exterior, quietud, aislamiento; pero la realidad es que jamás había vivido, trabajado ni recibido a tantísima gente. Todo ello trajo aprendizajes que nunca habría podido satisfacer desde la solitud:

Son las diferencias las que pueden suponer retos, permitiéndonos así que optemos por rendirnos, que decidamos dejar de luchar, que nos entreguemos sin vuelta atrás. Para poder disfrutar de esa convivencia y de la sencillez del día a día, me di cuenta de que tenía que olvidar mis maneras y, simplemente, recibir la vida tal y como esta se planteaba. El silencio, más que del exterior, solo podía provenir de mi aceptación de los entornos y las personas tal y como eran. (Extracto de la lección 11, “Lecciones del monasterio”)

Antes de ir a la comunidad había pasado por una temporada larga en que apreciaba mucho mi espacio y cierta distancia del mundo. Los meses en Taizé me sorprendieron, sobre todo por cómo cambiaron, abrieron y endulzaron mi relación con personas de todo tipo:

No obstante, por si a ti pudiera servirte de algo y estás viviendo lo que yo viví, aquello que sentí con el renacer de las relaciones humanas, muy humanas, era que solo existimos y aprendemos en relación con los demás. (Extracto de la lección 6, “Lecciones del monasterio”)

Y en ese equilibrio entre la relación con las personas y el silencio de la oración, aumentaba la calma:

Todo está bien. Solo escucha y actúa de acuerdo con aquello que te susurra tu corazón en los momentos de quietud. Todo está bien. (Extracto de la lección 8, “Lecciones del monasterio”)

Esa escucha invitaba, poco a poco, al eterno redescubrir desde unos parámetros nuevos. La vida en comunidad, la oración y el servicio eran la base de la que emergería, sin búsquedas intencionadas, una mayor comprensión:

Todo lo que hacemos es un pretexto para seguir, seguir y seguir redescubriendo que no somos lo que hacemos, no somos lo que poseemos. (Extracto de la lección 9, “Lecciones del monasterio”)

Pero la única verdad es que si el bienestar, la satisfacción, la alegría y la comprensión brotaban, no era por las decisiones que había tomado, por el espacio en que me encontraba, ni por lo que había dejado atrás. Todo ese nuevo sentir era el resultado de descartar lo que no era yo para aprender a vivir desde el silencio:

Vivir en la espontaneidad que nace del silencio saca de nuestro interior las cualidades más bellas. Sin embargo, cuando es así te das cuenta de que no hay nada de lo que estar orgulloso porque ese brillo no es propio, sino que nace del resplandecer de la luz sobre el diamante. Tal vez nuestro único deber sea ese, optar por dejar de ser una piedra opaca y decidir ser el diamante que permite que la luz brille en él, pero que en ningún momento posee esa luz ni la crea. (Extracto de la lección 20, “Lecciones del monasterio”)

“Lecciones del monasterio” es un libro que ha nacido como resultado de todos esos meses en el monasterio. En él comparto treinta y tres aprendizajes que nos invitan a vivir el camino espiritual en nuestro día a día, en relación con los demás y allá donde estemos, sin apegos a prácticas preestablecidas y desprendiéndonos de ideas del pasado. Espero que lo disfrutes.

Puedes encontrar información actualizada de “Lecciones del monasterio” (compra y puntos de venta) en la web de la autora: davinialacht.com



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Stanislav Kondratiev
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