La vida es sueño

En el mismo momento en que te das cuenta de que estás soñando, desaparecen los miedos

Davinia Lacht

Una bonita ilustración de Alicia (la del país de las maravillas) se ha hecho un hueco en casa. Recuerdo haberla comprado en Oxford, Inglaterra, en 2006, en un verano en que trabajé en un pueblo colindante unos meses. La ilustración nunca había recibido tanta atención como para ponerla en un marco. No obstante, la vi en casa de mis padres hace unos días y no pude ignorar la atracción que sentí hacia ella. Sobre la misma pared sobre la que está Alicia durmiente, un retrato que me hizo un compañero en clase de pintura. Curioso que ambas imágenes, en las que Alicia y yo tenemos los ojos cerrados, coincidan en este momento del tiempo. En la ilustración de Alicia, una frase: “¿La vida, acaso, no es más que un sueño?”.

Hace un par de meses, quizás tres, decidí hacer una especie de retiro urbano desde casa. Más que decidir, el retiro urbano sucedió, sin más. De repente, una fuerza inmensa me invitaba al recogimiento, a la meditación, a callar. Qué decir que ni tuve que esmerarme por dejar el móvil a un lado: no tenía ni ganas ni necesidad de cogerlo; era como si no existiera. Tampoco se me pasaba por la cabeza quedar con nadie ni hacer nada que no fuera lo indispensable. Así pues, reduje los alimentos a lo más básico y mis obligaciones, a lo superimprescindible. Era tal esa fuerza, energía y concentración, que poco me costaba poner la mente en blanco y descartar los pensamientos como ilusorios. Tal vez más que descartarlos, simplemente no existía necesidad ni interés en hacerles caso… así que se iban por donde habían llegado y la atención permanecía en el cobijo de silencio interior que no tiene nombre, que no tiene firma, que no deja rastro equiparable a nada mundano.

Las repercusiones eran evidentes; y, de hecho, la poca gente conocida con la que me encontré se dio cuenta de inmediato de que algo era diferente. Tal era el estado de paz y sosiego.

Sentía una paz muy profunda que era aceptación, que era fluir con la vida tal y como venía y una libertad total de todo deseo. No era la paz de los momentos de silencio, no era la paz del recogimiento al llegar la noche, no era la paz que suele intercalar toda acción. Desde ese estado, hubo algo que me llamó mucho muchísimo la atención: más que sentirme muy despierta, sentía que era consciente de que habitaba un sueño. No percibía la vida desde otro lugar, sino más bien desde el mismo, desde mi humanidad; pero dándome cuenta de que todo – era – un – sueño. Yo habitaba un cuerpo, mis manos se movían, podía hablar, caminar, ir en bicicleta (aunque por un momento dudé de si podría hacerlo), pero todo rezumaba un aire ficticio, por llamarlo de alguna manera. Sentía que todo era posible y que bastaba con idearlo. De igual manera, sabía que tampoco importaba demasiado lo que sucediera per se. Te diré más: desde ese estado onírico, me albergaba una sensación muy extraña hacia el resto de compañeros de existencia. Veía a la gente por las pocas calles que caminé y pensaba: “Ostras… Y seguramente no son conscientes de esto”. Me resultaba muy real el hecho de que la grandísima mayoría de las personas tomaba por realidad este mundo bello que habitamos que, en realidad, solo es el producto de nuestra voluntad de existir.

Miro ahora mismo las dos imágenes en las que Alicia y yo, una rubia y una morena, una adulta y una niña… dormimos, descansamos con unos párpados que no han podido resistir la llamada irresistible del sueño. Qué dulce es quedarse dormido, ¿eh? Qué seductora es esa fuerza que nos arrastra hacia un reseteo tan necesario.

La primera vez que miraba las imágenes, pensaba: Es hora de despertar, sí.

- Anuncio -

Ahora, conforme escribo estas palabras, me planteo: en realidad, ¿se trata de despertar?, ¿o de, simplemente, ser conscientes de que habitamos un sueño? Como quien toma conciencia de un sueño lúcido.

En el mismo momento en que te das cuenta de que estás soñando, desaparecen los miedos, eres consciente de que tú llevas las riendas de cada escena. Si quieres volar, vuelas. Si quieres experimentar otro modo de existencia, lo experimentas.

Durante una época de mi vida, hace ya unos años, despertaba con cierta frecuencia mi conciencia sin que lo hiciera mi cuerpo y me daba cuenta de que estaba soñando. Al principio, pasaba miedo. Notar que no podía moverme y sentirme de algún modo atrapada tenía como resultado el producto del miedo: visiones o sensaciones un tanto angustiosas. Sin embargo, cuando me di cuenta de que podía elegir tomar el control, cambió todo. Al principio, intentaba respirar profundamente para calmarme y despertar en algún momento de forma natural (no te negaré que hiperventilaba que daba gusto). Después la cosa se fue suavizando y empezaba a juguetear cantando y quién sabe qué. Más hacia finales, dije: “¡Ea, aquí mando yo!”. Y recuerdo escenas como que me convertía en una bola y saltaba por toda la habitación o cosas por el estilo (imagínate).

Y digo yo, ¿acaso no guarda cierta similitud ese último proceso con aquello que experimentamos en el momento que decidimos Vivir de manera consciente? ¿No tiene cierta similitud con la forma en que podemos elegir Vivir? Pasamos de la angustia de quien está atrapado en el sueño, a momentos en que sabemos que soñamos e intentamos hacerlo con cierto garbo; y, por último, al estado de ligereza en que aceptamos estar soñando y elegimos seguir las normas de ese sueño, bailar a su ritmo, sin miedos y atreviéndonos a elegir. En ese punto, nos damos cuenta de que no hay lugar al que llegar, ni objetivo que cumplir. No hay número mínimo de cosas por hacer para sentirnos realizados ni justificar nuestra existencia, nada a lo que renunciar ni nada que buscar con ansia; pues, a fin de cuentas, todo forma parte del mismo sueño.

Por el momento, seguiré aquí, contemplando el sueño plácido de ambas damas de arte por si tuvieran algo más que decir.

¡Juguemos!

¿Conoces los vídeos del “Diario del despertar” de Davinia Lacht?
Dales un vistazo a su canal de Youtube.



Lo más destacado

Stanislav Kondratiev
de Unsplash