Biodanza

La poesía del encuentro humano

Alicia Santos

Tras leer un artículo en una de esas revistas de tamaño cuartilla que cogí del herbolario, decidí ir a probar Biodanza. El nombre me sugería una danza en la que quizás te invitaban a tomar un yogur bío al finalizar, pero afortunadamente no fue así.

Para decidir el horario fue muy fácil pues me ofrecían todos los días de la semana tanto de mañana como tarde. Parece que ya era bastante conocida puesto que había varios grupos tanto de iniciación como profundización desde hace unos cuantos años en varios puntos de la ciudad, incluso me enteré que había una escuela de formación de profesores en varias ciudades.

Entré en la sala, olía a incienso. Me encanta ese olor puesto que me recuerda a mi madre, ella siempre me recibe en casa con ese aroma. Y allí estaba ella, la facilitadora con la que había contactado, recibiéndome con una gran sonrisa y ojos chispeantes…

Me presentó enseguida a los demás participantes, unas ocho personas que como yo venían a probar por primera vez y, como soy algo tímida, me limité a decir mi nombre y observar. Nos hizo sentar en círculo sobre el suelo y nos habló sobre el origen de la Biodanza, creada por un antropólogo chileno llamado Rolando Toro, hace 40 años, sobre la activación de este sistema en nuestros potenciales genéticos, desarrollando la vitalidad, la conexión con la vida y el placer de sentirse vivo, la creatividad y nuestra expresión de vida avanzando con nuevas posibilidades, la afectividad y el desarrollo de otro tipo de vínculo más real con uno mismo y los demás, el efecto antiestrés que tiene el practicar Biodanza de forma regular.

Me gustó la explicación y me impresionaban los beneficios que puede aportar, pero no pude comprender realmente lo que era la Biodanza, luego entendí al acabar la sesión que no se puede explicar porque sólo puede ser vivida.

Comenzamos a biodanzar y me resultaron muy agradables los movimientos que nos proponían, y sobre todo las músicas que escuchábamos en cada danza me iban llegando a cada célula de mi cuerpo, como cubriendo huecos vacíos que necesitaban ser llenados de cada melodía.

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Hicimos juegos, movimientos a cámara lenta, caminamos al ritmo de la música solos y de la mano con otros participantes, nos dimos la mano para hacer una ronda, movimientos que podemos realizar en nuestro día a día pero con un sentido claro de vivir el momento presente.

Me sorprendió darme cuenta de que tengo un cuerpo, sentí los pies en el suelo, y a través de él pude percibir un mundo de sensaciones que normalmente no me permito al estar siempre en mi cabecita, dando vueltas.

Al finalizar la sesión, me sentí muy unida a los demás participantes, como si hubiera habido algo que nos vinculara hacía tiempo, incluso antes de conocernos. Una sensación extraña puesto que no los conocía de nada, pero sentí cariño hacia todos de una forma especial. ¿Sería por haberles dado la mano en una ronda?, ¿por haber jugado con cada uno o compartido un movimiento caminando de la mano? ¿La música, quizás, que me hacía vibrar con cada nota y que había dejado este efecto en mí?
No lo sé, pero sentí complicidad con cada uno, pues acabábamos de tener una vivencia muy especial y que no sabía explicar.

Nos propusieron ir a tomar algo después de la sesión. Normalmente hubiera dicho que no puesto que no conocía a nadie, pero con ese grupo me sentí muy cómoda, como con mis amigos con los que me voy de vez en cuando de cañas. Fue realmente sorprendente, y a la vez muy reconfortante, el vínculo que se creó en tan solo hora y media.

Después de mi experiencia sé que este sistema se extenderá todavía más por todo el mundo porque la Biodanza es, como definió su creador, “la poesía del encuentro humano”, y ese encuentro es real y verdadero.



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