Víctor Martínez Flores
El Hatha yoga se rige bajo la matemática ley del mínimo esfuerzo
muscular y la aplicación de forma absoluta de la conciencia. Sólo en la
plena atención al estrépito que supone el silencio interior somos
capaces de reconectar con los movimientos naturales del cuerpo en su
torsión, flexión y estiramiento, y encontrar la circulación del prâna a
través de la estructura psicofísica que nos conforma como seres anchos,
largos y altos. Del mismo modo, somos tridimensionales en nuestro su aspecto grosero y sutil. Es decir, somos somáticos, psíquicos y espirituales.
De
los dos primeros tenemos constancia a diario. El segundo es inherente
al campo de la fe, donde el yoga apuesta por la creencia de que el ser humano es un retoño aún sin desarrollar toda su potencialidad y que encuentra su máxima expresión en la fusión con el Absoluto, la
fuerza que originó al mundo y que en sí misma es el mundo. Este Absoluto
es lo que existía un segundo antes del Big Bang. Los físicos dicen que
existía una singularidad que no cumple con ninguna ley de la física,
pues hay que entender que, no habiendo materia ni luz, no podía existir
una ley física ni cuántica aplicable.
Los seres humanos no somos
sino una forma atomizada de esta fuerza que explotó de sí misma y se
expandió de sí misma sobre la Nada para conformar el Todo. En la
exploración de la naturaleza de este átomo existe un sustrato íntimo
donde tienen su encuentro la mente y la materia. Es desde este punto
donde podemos evolucionar a un estadio de conciencia con un nivel de
vibración mayor, acortar la distancia con nuestra génesis. El
Hatha yoga lo consigue bajo el son de un ritmo muy poco natural pues
implica la destrucción sistemática de uno de los cuerpos: la mente.
Si
bien es una herramienta básica socialmente hablando, su continua
manifestación nos somete a sus designios. Estos son aún inexplicables y
absolutamente independientes de nuestra voluntad.
Nadie en su
sano juicio desea ser celoso o recordar, en los momentos más
inoportunos, episodios amargos de nuestra biografía. Nadie toma como
objetivo perder el sosiego o el sueño atosigado por pensamientos que
vienen y van sin control. Sin embargo, somos víctimas de estos sucesos y
nuestro equilibrio mental parece más ocasional que permanente. Esto nos
demuestra la fuerza y autonomía de la mente, que se manifiesta con una
gran fuerza centrípeta desde nuestra más tierna infancia: es la
denominada etapa egoísta, que termina traumáticamente en un cuello de
botella al tener que abandonar sus certezas basadas en el egocentrismo
para dar paso a la integración en el conjunto social, donde el “yo”
queda fuera de campo ante el “nosotros”.
Red física y neural
Somos una red física y neural, una arquitectura basada en conceptos
geométricos encadenados que tiene la ventaja de que sus partes pueden
obrar de forma independiente. Para mover una mano no necesito implicar a
las articulaciones de mis piernas, por ejemplo, pero eso no implica que
en la elaboración de una postura estática o en la ejecución de un
movimiento no existan repercusiones a lo largo y ancho de mi geografía.
Esto
también se refleja a nivel psíquico donde el resultado es más
devastador por cuanto sugiere de liberación o frustración, represión o
alegría.
La sumisión a la idea de la complementariedad en la cual el camino y la meta se convierten en uno nos conduce a la idea de que, a través de las extremidades del cuerpo y sus articulaciones, activamos la liberación de la mente.
Cada parte del cuerpo físico, cada porción, se convierte en el soporte
del resto de sus componentes y a su vez en un instrumento catártico de
la psique.
Esto no carece de cierta paradoja pues el movimiento
en el yoga tiene más de impulsivo, cuando se domina su técnica, que de
planificado. Es la misma impulsividad de la danza o del arte marcial.
Esto no significa que no existan técnicas, instrucciones precisas,
detalles. Implica que la aplicación del pensamiento enturbia la
ejecución del movimiento. Si pensamos cómo andamos rápidamente nos
quedaremos paralizados y descoordinados.
No podemos olvidar que
el impulso tiene un origen vinculado a lo ins-tintivo, al deseo, a la
consecución del placer. Sin impulsos arraigados a lo más íntimo de
nosotros, no realizaríamos nuestros sueños: se encuentra vinculado
directamente no sólo a la supervivencia, sino a la vitalidad.
Pulsión y voluntad
El Hatha yoga aprende a dominar a la mente mediante la contorsión en
posturas cuyo condicionamiento requiere una gran fuerza de voluntad, ya
sea por la fuerza empleada o incluso a veces el dolor que supone
adquirir laxitudes mayores. No sólo mejora de forma inmediata
males de espalda, sino que le va a proveer de la alteración de nuestra
conciencia hasta tener un encuentro con el arrebato místico.
Es el estado de meditación,
un estado de trascendencia y contento reservado para el practicante
entregado a su práctica. He aquí donde la pulsión y la voluntad tienen
su noviazgo. Al no existir impulsos que no vayan encaminados hacia un
objeto concreto, la voluntad lo dirige y dimensiona hacia la búsqueda de
un logro que va más allá de su beneficio inmediato, erradicando a la
mente.
El yoga es una herramienta sumamente eficaz y eficiente a
la hora de controlar este impulso sin inhibirlo como obra la mente, sino
dotándole de una esfera de libertad y liberación. Esta transgresión de
nuestras inhibiciones es lo que induce al impulso a manifestarse y
buscar su consumación. Es lo que entenderíamos como superación de uno mismo.
Trabajando desde la frustración, desde la rendición del cuerpo, alcanzamos las cotas más altas de nosotros mismos.
institutodeestudiosdelyoga.com